-“Tu escrito de la sandía no me gustó”-.
-¿Por qué no?-.
-Es que no me gusta la sandía, mejor hubieras escrito uno de la manzanita-.
(Fulanito de tal y yo en el recreo de la primaria, allá por el 2003... desde allí supe que no sería el hombre de mi vida).
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Es muy sabido, que en ésta vida no a todos se les va a dar gusto con lo que hacemos, en cualquier nivel y ámbito. Me molestó mucho saber que a mi compañerito de primaria y amor platónico después de Saúl no le había gustado mi magnífica "Oda a la sandía" (si eres nuevo y quieres entender la referencia lee mi anecdotario no. 1), tampoco era mi fruta favorita pero, ¡por Dios! éso hacemos los escritores, ¡ESCRIBIMOS!; le escribimos a todo cuanto conozcamos: al vaso, una tuerca, la sabana africana, al viento y a nuestras desventuras favoritas, que fulanito no comprendiera la dimensión de esto me destrozó el corazón.
No todo nos gusta, ni tiene por qué hacerlo; de eso te das cuenta cuando creces y eres más maduro, te empapas de perspicacia o te adiestras en el arte de la observación, vives experiencias tanto buenas como dolorosas, para terminar comprendiendo que así es la vida. En mi caso como escritora, le he escrito decenas de veces al desamor, al rechazo, al fracaso y acaso un par de veces a la muerte, no me gusta nada de eso, pero le escribo, porque bueno, ya no tengo 9 años, ya no creo que la vida es color de rosa.
Una vez superada mi decepción de aquél sujeto/suceso, guardé con recelo el poema de la sandía y proseguí inundando mi mente, ojos e imaginación con las imágenes vívidas de todo aquello que leía, ya bien en la escuela o fuera de ella, a veces dos historias al mismo tiempo: del libro de lecturas en la asignatura de español brindado por la SEP, de los delgados ejemplares de "Los libros del rincón" y los que me obsequiaba mi familia u otros seres de exquisito gusto.
No me malinterpreten, tampoco fui una ratoncilla de librería, los leía cuando podía o me apetecía. De vez en cuando mi madre nos llevaba a la biblioteca pública de mi comunidad, pero probablemente pasábamos más tiempo escogiendo libros que leyéndolos (incluso oliéndolos), ¿han olido los libros viejos? huelen mejor aún que los nuevos, más allá de celulosa y lignina combinados, más allá de vainilla o un sutil aroma a almendra, HUELEN A VIDAS Y A EXPERIENCIAS.
Mi inventario de libros aumentaba paulatinamente, hasta que llegó otro del que me afané a pesar de no pertenecerme a mí, sino a una de mis hermanas menores:
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-"¡Padrísimo, Natacha!" forma parte de la colección de libros de "Natacha" del autor argentino Luis María Pescetti-.
Yo tendría unos 9 o 10 años cuando lo leí, narraba las peripecias de una niña (¡Claro, Natacha! ¿Cómo adivinaron?), cuya vida escolar y familiar contenía todo aquello de lo que se conforma una vida infantil: peleas, buenas o malas notas, tu amiguita inseparable del colegio, los archienemigos escolares, el amor platónico (Saúl... coff, coff) y demás. Me sentí identificada con todo, además de que en mi vida los cambios estaban a la orden del día: mudanza de hogar, cambio de escuela y toda una alud de sucesos más.
No era muy complicado leerlo, redacción prolija de tecnicismos, lenguaje amigable e imágenes entretenidas y se lo obsequiaron a mi hermana precisamente por eso, el debut de un niño en el mundo de la lectura debe ser así, ligero pero excitante, que logre engancharte, ya luego aunque se ponga tedioso, te obligas a continuar leyendo, porque sabes que con cada palabra, frase o párrafo abonas algo más que conocimiento a tu vida; abonas "otras vidas" a una sola, tan solo pasando páginas.
La lecturas eran idóneas para la edad y el contexto, cuando de pronto llegó una historia que me invitaba a algo nuevo: Reflexionar, así pude lograr mi primera introspección sobre la vida y la muerte; además de que me percaté de la existencia del amor literario y el gran peso que éste conlleva para moldear una prospección real de las relaciones afectivas...
"El fantasma de Canterville" de Óscar Wilde
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Uno leía ésta historia en su versión más ingrávida entre el segundo y el cuarto año de primaria (para los de mi generación), pues pertenecía a la antología dada por la escuela (en México) para las clases de español. Sin embargo, es menester mencionar, que si te quedaste con ésa versión y te gustó, mi deber como lectora es recomendar rotundamente que leas la versión original, es decir, el libro.
No recuerdo con exactitud mi impresión instantánea recién lo leí, pero hasta la fecha es de mis favoritos. Como niño, puede existir una enorme brecha al momento de comparar ambas versiones leídas, sobre cómo es que pasa de percibirse de una historia más de "miedo" con toques chuscos o comedia a un relato melancólico, sobrio e incluso enternecedor.
¿Has visto la película "Los otros" del director Alejandro Amenábar y con la actuación de la gloriosa Nicole Kidman? El ambiente sombrío que se intuía, una historia para analizarse, con una sustancialidad enorme y que además podía ocasionarte conmoción o lástima por los hechos y los personajes. Así se siente leer El Fantasma de Canterville, cosa que claro, aminoraba mucho el momento en que el apuesto y pelirrojo primogénito de la familia aparecía: Washington Otis. ♥ ♥ ♥
No voy a reseñar la historia porque es a ti a quien le toca saborearla (a menos que dejes un comentario haciendo la petición), pero puedo decir que leerla dejó un estímulo ininteligible en mí que motivó de nuevo mi regreso a la escritura, pero ésta vez quería más, quise "arriesgarme", así que me decidí a incursionar en la inmortalización lo intangible: Los sentimientos, las experiencias y los deseos.
Escribí una oración (no muy buena) para antes de dormir y una prosa (sorprendentemente aceptable para mi edad) que hablaba de mí:
A ésas alturas me sentí toda una "poetita", preparada para aprender y empaparme más de eso que tanto gustaba: leer, escribir y crear en todas las facetas, sabía que para eso tendría que prestarme a otras cosas como: observar, experimentar y sentir. Y puedo decir que hasta la fecha eso hago: Observo, experimento y siento...
... todo a flor de piel.
Hasta luego, gracias por leerme y por llegar hasta aquí.
¡Bhadraṃ te, svasti! ॐ
Por: Abril Martz Parra.
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