-“A usted se le ve la cara de mercadóloga”-, me dijo una profesora cuando yo estaba en mi primer año de la secundaria.
Aunque para ése entonces yo ya tenía muchos sueños y nociones acerca de en quién me convertiría cuando mi momento de “ser adulta” llegara.
Si es que se lo preguntan, realmente no estoy segura de haber realizado algo de eso ya, o por lo menos de estar cerca de ello; pero bueno, “los caminos de la vida no son como yo pensaba”, dice una canción reconocida entre mis compatriotas.
Modelo, actriz de telenovelas infantiles, bombero, bailarina o sirena fueron mis primeras consideraciones, es claro que para una niña de entre 3 y 5 años son opciones perfectamente viables y dichosas. Sin embargo, para una niña precoz y analítica como lo fui yo, darse cuenta de las limitaciones para lograr todo aquello no tardó mucho tiempo. Así que pensé, ¿de qué manera puedo encaminar mi sueño de saborear simplemente un poco todas éstas ideas?
La solución estaba una etapa más delante de mi vida.
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Aprendí a leer a la edad de cinco años, así que escribir y expresarme no costó demasiado, además, proviniendo de una familia de amantes de la lectura, el hábito se me dio con naturalidad. El primer libro que recuerdo estuvo en mi vida, apareció al entrar yo a la primaria, “libros del rincón” se llamaba la pequeña biblioteca que había en cada salón de clases, destinada a promover la lectura desde la niñez.
El primer libro que tomé, se me asomó casi mágicamente de entre los otros que estaban cautelosamente acomodados sobre la repisa:
“La Brujita Atarantada” por Eva Furnari- Se leía en la portada, junto con la ilustración de una simpática bruja y su minino.
Consistía en su mayoría de imágenes y poco texto y trataba básicamente de los fallidos hechizos de su protagonista, a quien inevitablemente le salían al revés los conjuros, y la manera chistosa en que esto la hacía rabiar.
Después de allí no supe ni quise parar, definitivamente no recuerdo todos los libros o autores que le siguieron a éste, pero transcurrieron pocos meses para que descubriera mi primera trilogía en el mundo:
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Tormod Haugen-. Este es el nombre del creador de la saga y el culpable de mis primeros paradigmas sobre el amor de niños (y el adolescente), aunque tenía seis años, no eran para mí ajenas esas sensaciones de volatilidad que provocaban cosas tan bonitas como la carita de “Saúl” el primer niño por quien llegué a agradecer estar en aquella escuela.
La historia sencillamente me encantaba, la aventura (o desventura) de Jorge y Gloria, dos adolescentes enamorados, cautivados por primera vez con la delicadeza de una caricia, la sonrisa de uno y el cabello del otro; el sutil pasaje del gusto al enamoramiento y del enamoramiento al amor.
Este amor joven que es inocente pero no está exento de traer consigo las mismas amarguras o rémoras de cualquier otro amor más maduro, más lejano, ficticio o verdadero.
Es así que se encendió la llama, llama con el fuego del deseo, ¿y cuál era éste? ¡CREAR!
Supe al fin que todo aquello existente se podía inmortalizar: la naturaleza, las personas, los sentimientos; y también lo inexistente, eso que proviene de la imaginación y yo, bueno, había imaginado mucho y decidí que nunca me iba a detener.
Así que finalmente, un día cotidiano, con mi libreta de taquigrafía y un lápiz cualquiera, los cuales serían mis herramientas más preciadas, me convencí de empezar. No fue Saúl, ni otra cosa relevante mi musa o inspiración…
… sentada en el comedor de mi casa, volteé a un frutero y empecé a escribir, intentando que el conjunto de palabras se reunieran todas en un gran baile, quise que se sintieran cómodas, y que existiese un ritmo a la hora de danzar, es así como redacté mi primer texto:
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Ése menudo párrafo, para mí se convirtió en una oda. Me debutó en la comprensión de la entonación, la regla y la rima, la alegoría y la comparación.
Búrlense o sorpréndanse lo prudente, porque incluso Picasso inició con algo inferior, y sus obras maestras, hoy por hoy, son lo que son.
¡Quiero ser escritora! No lo dije, no.
Simplemente lo soy.
Hasta luego y gracias por leerme.
¡Bhadraṃ te, svasti! ॐ
Por: Abril Martz Parra.
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