Todo por esos aretes
Con cariño para Valeria Nikté Toscano y Esdra Ariel Martínez.
Ése fue un día espléndido.
Mi hermana, una amiga y yo nos habíamos puesto de acuerdo para salir aquél día; fue un viernes muy caluroso y desde muy temprano en la mañana supimos que nos aguardaba una experiencia inigualable.
Nos despertamos pronto, algo nada común, y nos dispusimos a arreglarnos para la ocasión. Puntualmente llegó mi amiga para encaminarnos hacia nuestra aventura.
Al bajar de un autobús, para tomar un segundo camión, un hombre prolijo y ya viejo se aproximó a nosotras y nos cuestionó:
- Señoritas, ¿saben en qué se parecen ustedes, las víboras de cascabel y las jirafas? -.
Todas nos miramos entre nosotras algo sorprendidas y sonreímos.
- No -, contestamos al unísono.
- En que todas están en peligro de extinción – Se mofó y se fue.
Soltamos tremenda carcajada, no supimos ni pensamos cómo tomar aquello, con las jirafas no compartimos más que una altura medianamente encima del promedio, con las víboras (¡Ja!), probablemente inspiramos una apariencia vil y venenosa, si acaso lo tomamos como criaturas de belleza incomprendida como ésas que ya no se ven (sí, eso debió ser).
Enseguida nuestro transporte llegó. No tomó más de 15 minutos arribar a nuestra primera escala, teníamos planeado comprar tan sólo unos aretes que deseábamos desde hace tiempo. Nuestro único inconveniente era contar cada una con dinero para tres autobuses más, los accesorios y si acaso, nos sobraría para una goma de mascar de ésas que venden sueltos en las dulcerías.
Dicha primera parada nos llevó al “mercado cultural” de Chapultepec. Habiendo recorrido todo nos encontramos con argollas preciosas, pero ¿$100, $200 ¡$500! pesos? ¿Cómo era posible que algo tan pequeñito costase tan caro?
Nos largamos de allí rumbo al otro autobús. Al abordar recontamos el presupuesto, quedando ahora para los aretes, dos camiones y tal vez, la goma de mascar.
La segunda visita fue a un centro comercial, sin dudar llegamos a la primera tienda de accesorios y bisutería que se cruzó por nuestro camino. Echamos ojo a nuestras presas, pero ¿$30, $50, $70 pesos?, ésos aretes daban negativa rotunda a ser capturados, así que con semblante derrotado abandonamos el lugar para continuar la búsqueda. Tomamos el próximo bus.
Aretes, un camión y probablemente una goma de mascar (ja, ja, ja), nuestra idea seguía empeñada en encontrar los aretes que tanto tiempo habíamos buscado y a un precio racional.
Mientras íbamos las tres sentadas en éste camión que se supone, nos llevaría regreso a casa, observamos un tianguis a unos metros de la vía ¿¡sí, no, sí, no!? Un impulso nos convenció de bajarnos, (¿O fue el deseo?), sin vacilar nos dirigimos hacia el sitio el cual desconocíamos.
De puesto en puesto, preguntando, como si estuviésemos extraviadas. Y allí, al fondo de una calle: definitivamente los tendrían. Nos acercamos, examinamos, sin resultados y algunas muestras presentes no nos convencieron.
- ¿Cuáles son los precios? – hicimos como si nos interesaba.
- Pues mire “doñita” – dijo el vendedor, - tenemos desde $5 pesos el par ¡Cómprele!
El precio era justo lo que pobremente ajustábamos, sin embargo no eran los aretes anhelados, las tres nos dimos la vuelta.
- Gracias, vamos a seguir viendo – comenté disimuladamente para después marcharnos.
- ¡Esperen señitos! También tengo éstos -.
Sacó de una caja de cartón un paquete con pequeños zarcillos de colores llamativos y brillantes.
- ¡Ahhh…! – las tres gritamos tan emocionadas que asustamos al señor, quien dio un salto de susto.
- ¡Son ésos, son ésos! – repetía mi amiga.
- Nos los llevamos – añadí yo.
Los teníamos. Habíamos encontrado los aretes, teníamos eso y dinero para una goma de mascar.
- ¿Cómo vamos a volver? – preguntó mi hermana con cara de espanto.
De entre tantas ideas, ninguna fue buena opción: que si vender algo nuestro, pedir dinero, irnos caminando. Miré por encima de mi hombro que iban dos ancianas cargando grandes bolsas de plástico que parecían pesadas con verduras, frutas, carne, etc. Mi hermana, mi amiga y yo decidimos ayudarles (con doble intención evidentemente).
Después de algunas cuadras caminando con semejante peso, las ancianas se detuvieron y nos señalaron sus casas, metimos las bolsas, nos agradecieron y cerraron las puertas.
- Ni un peso ¡Ni un pesito! – rezongó mi amiga.
Siendo honesta nos hubiera ayudado mucho un centavito. Cuando nos preparábamos mental y físicamente para regresar caminando miré en el piso algo extraño, lo levanté y…
… era un billete de $20 pesos, alguien seguramente los había perdido. Analicé el entorno, pero la calle estaba sola, entonces nos dimos cuenta: el billete era nuestra salvación.
Finalmente, tomamos nuestro autobús y lucíamos en el rostro una sonrisa inexplicable, conseguimos los aretes, tuvimos dinero para el camión de regreso, ¡ah! Y compramos una goma de mascar.
![](https://static.wixstatic.com/media/90f9a0_6c602c16062a46f0bde613021f32c746~mv2.jpg/v1/fill/w_612,h_311,al_c,q_80,enc_auto/90f9a0_6c602c16062a46f0bde613021f32c746~mv2.jpg)
Por: Abril Martz Parra
(Agosto del 2012)
Yorumlar