A la luna
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Lograste lo inimaginable, que por un momento yo olvidara mi propia insignificancia, mi menudo tamaño y las desdichas que me aquejan.
Tú, colosal, me opacas; brillas y permites que hasta mis recuerdos queden sumidos en tus esbozos de luz.
Por favor, no me abandones. Sólo ante tu presencia se encandilan mis memorias.
¡Memorias! Entes inmateriales, propias representantes de la ambigüedad más vehemente.
Memoria, eres don y eres maldición. Déjame esas dulces notas que marcaron cual música mi vida, pero te ruego que te lleves las huellas de mis tormentos, punzantes clavos que me castigan, letales cadenas que me esclavizan.
Y si acaso, yo estoy ya excomulgada de tu santuario que es el firmamento, mas no escuchar mis plegarias accedes, confiname a una mente sin recuerdos, entrégame a la demencia.
¡Házlo! Por lo que ahora más quieras.
Por: Abril Martz Parra.
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